sábado, 30 de octubre de 2010

OJOS



-Señorita, quiero que me tome declaración -dijo.

-¿Una denuncia? -le pregunté.

-Llamémoslo así.

Manipulando el ratón del ordenador, moví el cursor por la pantalla y entré en el programa correspondiente. Sentado frente a mí, el tipo me clavaba sus dardos color cielo con un leve aire burlón. Le aguanté un momento la mirada y pronto supe que no me había reconocido. Comprendí que miraría del mismo modo a cualquiera que estuviera en mi lugar. Seguía siendo guapo, más viejo y más canoso, pero todavía guapo. A lo largo de los años, a modo de pasatiempo, había encontrado utilidad a aquellos ojos azules que se prendieron a mi memoria y que, de vez en cuando, brillaban como baratijas. En momentos de tedio o espera, jugaba a imaginar qué hubiera pasado si en esa fiesta del instituto él se hubiera fijado en mí. Cómo habría cambiado mi vida de haberme pedido el número de teléfono o invitado aquella tarde a tomar un café. ¿Nos habríamos enamorado o sólo seríamos amigos? ¿Tendríamos hijos de iris azules, o todo hubiera acabado a la primera cita?

-Usted dirá -le dije al fin, rendida de nuevo a sus ojos.

-He golpeado a mi mujer, señorita, y creo que la he matado.

Nerviosa tomé el teléfono y llamé al inspector de guardia.

-Era una hija de puta -se justificó-. Una verdadera hija de la gran puta.

FEOS (Editoial Denes, 2009)

lunes, 25 de octubre de 2010

LA CARTA


He llegado a Finisterre para olvidar el tiempo de las preguntas,
ése en el que hubiera indagado sobre las mareas,
sobre el particular azul de estas aguas,
y sólo aspiro a ser atravesado por una galerna sin nombre
que suene al rozar a su paso el borde de mis costillas.
Puede que alguno de estos días me asome al vértigo de un acantilado
y, como un científico o un turista, curiosee en sus profundidades,
pero hoy soy un ignorante en las rocas al que no importa el porqué del aire;
una especie de niño a la inversa, más cerca del fin que del principio.

En el punto más occidental de Europa he armado de corazón mi cerebro
y me convierto en un umbral que separa lo incomprensible de dos océanos:
a un lado el intenso Atlántico, al otro el mar que me conforma,
y juro que no daré ni un paso para entender sus tempestades.
Sólo quiero escuchar el simple rugido del agua al romperse
y contar a quien me pregunte que, a pesar del abrigo que llevo,
escucho su idioma desnudo, envuelto en la niebla y la lluvia.
Ya no es momento de preguntas, he cruzado un meridiano;
alcancé el fin de la tierra y un continente queda a mi espalda.
La luz pasa a través de mí, ahora, como por el ojo de una aguja.

Y, a medida que avanza esta línea que leerás dentro de unos días,
pienso que la felicidad es una mujer que recoge conchas en la playa,
fascinada por colores y formas para los que no busca motivos.


Cabos sueltos (versión 2010)

miércoles, 13 de octubre de 2010

jueves, 7 de octubre de 2010

NUNCA HE ENTENDIDO A LAS SIRENAS


REPROCHES

Soy lo que la marea ha traído hasta aquí y esta mañana divisas con claridad: acaso los restos de la vela de un barco y del mástil que la sujetaba, los fragmentos musgosos del casco que guardó buen vino en las bodegas. Ni rastro de la embarcación que fui o del velero que quisiste que fuera, pero contigo me desguacé en tempestades oscuras como ataúdes. Así que no marques en el mapa los arrecifes donde he encallado ni grites, lejos ya del astillero, mis defectos de construcción. Pude haberme entregado al océano e ir al fondo con las ánforas. Sin embargo sobre sus aguas, flotando a duras penas, mi naufragio vuelve a la orilla donde tú refrescas los pies.

El sitio justo 2008 (Colección Palabra Ibérica, Punta Umbría)

viernes, 1 de octubre de 2010

RAROS




Como el protagonista de la película "La invasión de los ladrones de cuerpos", magnifico film de culto y serie B, me siento -cada vez más- rodeado de gente extraña, lo que se dice rara (en el mal sentido de la palabra). Soy el tipo que en la película camina por su ciudad percibiendo a su alrededor extraterrestres egoístas y no precisamente adorables. Quizá sea yo el extraño, el diferente, lo que no quita para que cada vez me sienta más solo y confíe menos en seres -casuales y no tan casuales- con los que me manejo a diario. Sea yo el que se aleja de mis semejantes, o a la inversa, lo cierto es que creo que estamos llegando a un extremo donde los seres normales son las excepciones, los raritos. Por cierto, he escrito un cuento al respecto. Es mi manera de convertir lo negativo en positivo. Aquí un poema de Vicente Aleixandre sobre el tema de lo raro.

EL NIÑO RARO

Aquel niño tenía extrañas manías.
Siempre jugábamos a que él era un general
que fusilaba a todos sus prisioneros.

Recuerdo aquella vez que me echó al estanque
porque jugábamos a que yo era un pez colorado.

Qué viva fantasía la de sus juegos.
Él era el lobo, el padre que pega, el león, el hombre del largo cuchillo.

Inventó el juego de los tranvías,
y yo era el niño a quien pasaban por encima las ruedas.

Mucho tiempo después supimos que, detrás de unas tapias lejanas,
miraba a todos con ojos extraños.

Vicente Aleixandre