miércoles, 23 de junio de 2010

¿DE DÓNDE SE SIENTE UN ÁRBOL?


RAMAS


A mediodía, en el porche de una casa perdida entre montañas,
observo cómo las raíces de una encina han levantado la tierra.
Las gruesas ramas de un lado, repletas de oscuras hojas,
sobrevuelan lo que resta de un muro y asoman a un terreno baldío.
Es el último día de agosto y mañana regresaré a casa.
A esa ciudad donde nací y vivo desde hace más de cuarenta años
y donde más veces he sido feliz, más veces pequeño y miserable,
a ese lugar del que me siento y en el que me aguardan seres que amo,
además de los desconocidos que nunca sabrán que me esperan,
y a los que me unen ciertas costumbres y un acento para nombrar las cosas.

Sí, mañana volveré a casa,
pero si mi piel fuera la de los peces y, cada vez que siento la vida en su apogeo,
la plata de una escama se desprendiera de mí,
esta tierra donde no he nacido, donde apenas he habitado unos días,
con la que no guardaba vínculo alguno y en la que no dejo amores ni deudas,
todas las mañanas, cuando la luz del sol se reflejara en las cosas del suelo,
tendría brillos y resplandores que sólo a mí me pertenecerían.

Arropado por los sonidos que surgen del corazón de la casa
y que paradójicamente resaltan el silencio que hay afuera,
recorro con la mirada la encina y me detengo en su punto más alto.
“¿De dónde se sentirá?”, me pregunto, “¿de sus raíces o de sus ramas?”
En el suelo agrietado del patio, el árbol sólo proyecta una sombra.
Y siento nostalgia porque me marcho. Y alegría porque regreso.

Cabos sueltos (Versión 2010)

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