viernes, 26 de junio de 2009

TECKTONIC



El Tecktonic es un baile unido a nuestro tiempo y a la música electrónica. Es un baile sincopado, lleno de movimientos de brazos y apenas figuras con los pies, que hace furor entre los jóvenes -entre ellos mi hijo-, que lo ejecutan con verdadera devoción. Para ello se agrupan en equipos -teams los llaman-, con nombres exóticos y raros. Probablemente no pase a la historia este tipo de baile, como seguramente no lo hará la música que lo acompaña, pero lo que verdaderamente me encanta es que ambos van unidos a una palabra mágica como es juventud. Es algo ligado a un tiempo y una época -la adolescencia-, que otorgan a esos golpes epilépticos a los que nosotros, los menos jóvenes, no alcanzamos a encontrar sentido, un encanto añadido que va más allá del propio baile. Recordemos lo que decían nuestros abuelos sobre todos los ritmos que no fueran un pasodoble, y lo que despotricaban nuestros padres sobre la música que nos gustaba y a la que calificaban de chunda-chunda. Aunque lo callaran, ellos bien sabían que lo de menos era el baile o la música. Lo importante era esa emriagadora luz que nos bañaba y que nos daba el hecho de ser jóvenes. Un tiempo, un lugar, un suspiro.

domingo, 14 de junio de 2009

ARTE

ARTE

El niño hojea un libro de arte y descubre la fotografía de un cuadro que muestra un sencillo florero, incendiado de girasoles.

No sabe quién es su autor, ignora por qué eligió aquellas flores, desconoce la técnica que utilizó o las motivaciones que lo guiaron, y aunque tal vez parte de ello se explique en el texto que hay al pie, se abandona a su fulgor, ignorando cualquier palabra.

La mano invisible del vértigo cierra el puño sobre su estómago, y un cosquilleo eléctrico que se impulsa con sus acelerados latidos le produce la impresión de caer por una montaña rusa.

Un rayo de sol filtrado que dibuja un círculo en la página, roba su atención y aviva el tema de su pensamiento. Se pregunta cómo pudo alguien plasmar esa luz en un cuadro. Concederle su resplandor a la apariencia de unos pétalos.

Pensativo vuelve a las flores de las que nunca se ha ido, y otra vez queda atrapado en las llamas que no existen. Nada conoce del lienzo, nada del tipo que firma como Vincent, pero de una forma intuitiva que tiene algo de fe religiosa comprende esa pintura de la que no sabría hablar.

Percibe las palabras no escritas en el libro que no ha leído; los girasoles que se ocultan tras los girasoles que ve. La sensación de que sin saber siquiera cuántas flores hay en el búcaro, reconocería su amarillo entre decenas de imitaciones.

Es como ser ciego y apreciar la intensidad de los colores. Como tener ojos en la piel. Pequeñas pupilas en los poros.

Despacio alarga la mano y la pone bajo el rayo de sol. Fijando la mirada en el círculo que se dibuja en sus nudillos, fuerza los ojos al máximo hasta que su imagen se deforma. (La concreción de la luz desaparece y se convierte en una mancha).

Un brillo de fuego y oro que recuerda a los girasoles vuelve a situar su corazón en medio de una caída en picado.

Cabos sueltos (2003)

miércoles, 10 de junio de 2009

SUEÑOS (J.J.MILLÁS)


En estas elecciones europeas he sentido vergüenza. Me parece que es de enfermos que en dos comunidades autónomas como Madrid y Valencia, salpicada de escándalos a nivel político, estos mismos políticos salgan reforzados por el voto de los propios ciudadanos que han sido robados. Es como si a uno le quitan la cartera en plena calle y, encima, le da las gracias al ladrón por haberle saqueado y encima haberlo hecho con estilo. No se trata de que si no se vota al PP, tengas que votar a la fuerza al PSOE. A veces, vale más la pena no votar o votar a un partido romántico de esos a los que no vota nadie, como uno que defendía los derechos de los animales, por ejemplo, que darle el voto a alguien que hace, según todos los indicios, un mal uso de nuestro dinero. Aquí cuelgo un artículo del gran J.J. Millás, que explica mejor que yo el sentimiento de vergüenza de muchos ciudadanos. Y aún habrá gente que por palabras como estas, que nos debían hacer reflexionar, nos llamen rojos cheguevaristas.

Sueños. Juan José Millás

Yo quiero estar imputado, como Camps, para ser feliz, para reír con la franqueza con la que ríe él, para divertirme a la entrada y a la salida de los juzgados, para que la gente me aplauda y me jalee como a un actor de moda, para que la alcaldesa de Valencia o cualquier otra se muera por acompañarme, del brazo, a los tribunales de justicia. Tengo derecho a ser feliz, a que me regalen trajes y entradas para el circo, lo mismo que a mi señora y a mis hijos. Yo quiero que mis defectos se hagan públicos y que a la gente le parezcan normales, del mismo modo que parece normal no usar para nada las tarjetas de crédito.
- Querida, te cojo doce mil euros de la caja de la farmacia, para hacerme unas chaquetas.
- Vale, corazón, pero no pidas factura, que estoy de papeles hasta el gorro.
Yo quiero que las bolsas de plástico con las que la gente me ve ir y venir por la calle estén llenas de billetes de 500 euros y no de judías verdes o lechugas. Yo quiero pagar al contado mis viajes a Sudáfrica (8.000 euros) y devolver 300.000 en billetes de 50 sin que a nadie le parezca raro. ¿Qué pasa? ¿Son obligatorias las transferencias? Yo quiero estar a gusto conmigo mismo, con mi conciencia, como Trillo, que no tiene remordimiento alguno por lo del Yak 42. Lo malo es que yo no he estado implicado en nada raro, ni en estafas, ni en muertes, ni en cohechos, ni en maquinaciones para alterar el valor de las cosas, sólo en pequeñas miserias, en tonterías de andar por casa, en mezquindades que no llaman la atención de los jueces, que no van a ningún sitio. Y por eso, sospecho, sufro de tantos problemas de conciencia y de tantas dificultades para ser feliz. No tengo amiguitos como El Bigotes, como Correa, no frecuento los bajos fondos. Del trabajo a casa y de casa al trabajo, perra vida. Por eso Rita Barberá no me llama para acompañarme al juzgado y echar unas risas por el camino, como los actores cuando atraviesan la alfombra roja. Yo quiero ser un chorizo, no por los trajes, ni por los viajes a Sudáfrica ni por los 300.000 euros que me dan un día y devuelvo al siguiente en bolsas del supermercado, sino para que la gente me quiera más.


MIL HORAS (ANDRÉS CALAMARO)

Preciosa canción de Andrés Calamaro de cuando nadie lo conocía en España. Data de 1985 y el grupo se llamaba Abuelos de la Nada. Creo que a partir de ahora os sonará mucho. La acaba de grabar Alex Ubago (sí, habéis oído bien) en una, todo hay que decirlo, buena versión. Ahí van las dos. A mí me gustan, pero ya sabéis que eso no es mucho decir. Soy un poco moñas.


lunes, 8 de junio de 2009

CEREZAS


CEREZAS

En la pizarra de la cocina dejaste un recordatorio para el día siguiente: “Hay que comprar cerezas”. Y yo me sentí feliz.

Sólo porque existía un espacio vacío en nuestro frutero y éste ocupaba su lugar de siempre en un rincón de la nevera, y esa máquina de frío habitaba en silencio la cocina de esta casa recién pintada en la que hemos compartido las cerezas que faltaban en el recipiente que esperaba en el frigorífico.

Y porque en aquel detalle tan nimio, parecido a tantos otros, de escribir con tu letra redonda algo que anoche faltó en la mesa -aunque nunca lo había pensado y tú ni siquiera lo sospeches- residía el gesto de seguir, de continuar un rumbo que me incluye: nadie se preocupa por la ausencia de unas cerezas en su vida, cuando piensa en arrojar la toalla, en marcharse sin volver el rostro.

Así que aquella frase tan simple que cruzaba la superficie de la pizarra y que a nadie que visitase la casa descubriría nada sobre sus moradores, se convirtió en una de esas señales que dejamos en los libros de cabecera, y nos indican a la noche siguiente la página donde nos quedamos.

(Sé que una marca no me asegura que volverás a por el libro de tu mesilla, pero sí que tenías esa intención al doblar el ángulo de la hoja).

Esta mañana cuando llegaste con el bolso lleno de cerezas y las dejaste junto a las que yo compré al pasar por el mercado, sonreímos pero cada uno lo hizo por una cosa.

A ti te resultó gracioso que los dos nos acordáramos. Yo tan sólo te agradecía que hubieras confirmado el presagio.

Cabos sueltos (2003)