FLORES RARAS
No tienen aroma los cuerpos que se aman cuando son puro presente.
Nunca lo poseen al abrazarse o apretar sus labios en un beso.
Tienen luz, tienen vida, incluso un olor concreto y determinado,
pero no ese aroma que llega cuando uno recuerda al otro,
unos segundos después de amarse o a años luz del último encuentro.
Un perfume que no se percibe por el sentido del olfato,
compuesto de esencias pero también de tactos, sonidos e imágenes,
que se destilan una o cien veces en el alambique del pensamiento
y cuyo vapor, suave o profundo, dulce o con giros amargos,
somos todos en el equipaje del amante o amor que nos piensa.
Un soplo imposible de atrapar y meter en un pequeño frasco,
que como el color de un buen vino que alguien contempla al trasluz,
se aprecia con la distancia que otorgan las cosas que han sido.
Así sucede que hoy, abrazados, desnudos e invencibles bajo las sábanas,
estamos repletos de luz y de vida, pero no tenemos ni una nube de aroma.
Yo sé con certeza que después, cuando los gestos de amor se terminen
y cualquiera de los dos los reviva -una o cien veces en la memoria-,
nuestros cuerpos, enlazados en este abrazo sin perfume,
olerán como sólo lo hacen las flores que se recuerdan.
Cabos sueltos (versión 2010)
No hay comentarios:
Publicar un comentario