El médico introduce por tu faringe un tubo con una microcámara para averiguar las causas de ese pertinaz dolor de estómago. Acaso por mantener la cabeza ocupada y no ceder terreno al pánico, tratas de visualizar el viaje que él sigue en una pantalla, y a tu mente acude esa escena de La Guerra de las Galaxias, en que la nave de Skywalker avanza por un oscuro y estrecho desfiladero, perseguida por enemigos enviados desde la Estrella de la Muerte.
Es curioso cómo las imágenes internas del cuerpo te han sugerido, desde la infancia, el espacio exterior e infinito. Todavía puedes verte de niño contemplando una radiografía, como si fuera un mapa del cosmos y tu neumonía la Vía Láctea. Hasta tu hijo en aquel monitor, conectado al vientre de tu esposa, te pareció una constelación a la que no hallabas la forma humana que ella te describía.
Después de comprobar lo interminables que pueden resultar unos minutos, en los que has perdido la entereza y babeado sobre la camilla y emitido sonidos guturales que trataban de expresar tu angustia, el doctor arranca de ti su espada y hace un primer diagnóstico.
-Nervios en el estómago -te adelanta, con un tono que te tranquiliza.
Y, entre los hallazgos de la exploración, no aparece materia cósmica, rastro de esperanzas que estallaron en tu espacio interior como planetas. Nada del polvo estelar que, al apagarse, dejaron tus proyectos inconclusos, ni de esa luna de los castillos en el aire donde nunca hollaron tus pies. De una nebulosa de cosas perdidas, antes de llegar a poseerlas, que sientes en tu aparato digestivo como el brillo anacrónico de un sol, extinguido hace miles de años y cuya luz te quema ahora.
-¿De qué están hechos mis nervios? -le preguntas, aturdido-, ¿de estrellas que no se formaron?
El médico finge que no te oye y, tal vez para ocultar su desconcierto, comienza a escribir en una receta algo que te resulta ilegible, y dudas que sea el remedio que consiga por fin que Skywalker deje de huir, dentro de ti, de las tropas imperiales. Por un momento vuestras miradas describen la misma órbita, e ingenuo crees que ha recibido tu llamada de socorro. Pero un gesto y comprendes que no hay señales de vida ahí afuera, una respuesta que calme tu dolor verdadero.
Tres pastillas diarias –se limita a indicarte-. Una después de cada comida.
Tú tomas el papel y lo disculpas sin pronunciar ni una palabra: no es más que un médico y sólo sabe de vísceras y estómagos. Él, aún contrariado por tu insólita pregunta, te da a entender con su silencio que tu tiempo ha terminado. Luego te evita y, por el interfono, llama al próximo paciente.
“Que la fuerza te acompañe”, parece decirte, deseando que te vayas.
5 comentarios:
valió la pena la espera
por cierto, tus fans incondicionales esperan con ansia un nuevo libro
no tardes, y por supuesto cuando hagas la presentación yo quiero estar allí
realmente...me encanta.
pd: la entrada, no la endoscopia ;)
Gracias, chicacocodrilo. No me gustan las endoscopias, pero si La Guerra delas Galaxias, y me pareció que se podía hacer de una experiencia personal, no muy agradable, algo poético. Una especie de reciclaje, de purificación. Un saludo.
Foi o texto mais bonito que já li sobre uma endoscopia, uma coisa tão feia. Se tivesse imaginado uma das cenas da Guerra das Estrelas na última que fiz, de certeza não me teria custado tanto.
Estaba muy nerviosa porque tenía que hacerme una endoscopia y no paraba de buscar información y experiencias de la gente en internet... Hasta que encontré tu maravilloso relato, me relajó muchísimo y empecé a ver la prueba con otros ojos.. como algo mucho menos serio, como una pequeña aventura.. Y de hecho así fue, nada traumático y creo (es más, estoy segura) que en parte gracias a tí. Gracias.
Publicar un comentario