EL VIAJE
Me siento a la mesa
y miro la sonrisa de mi amigo.
Sé que existe por mí,
porque me encuentro con él,
y que si yo no estuviera a su lado
en este instante sería otro gesto,
otra expresión que nunca sabría,
a lo peor de miedo o de sorpresa,
de seriedad o indiferencia,
quién sabe si una sonrisa distinta
a ésa que se dibuja en su boca
y con la que me reconforto
como en otro tiempo mirando nubes.
Y no envidio a las ocas que vuelan
al cálido sur en invierno
y siempre regresan cuando el frío
llega a donde hoy es verano;
y no recuerdo el barro de mis botas
ni las facturas de mis bolsillos;
y no maldigo las horas perdidas
en taxis y autobuses urbanos
que me impidieron llegar a tiempo
al humo de las sobremesas.
Simplemente guardo silencio
y contemplo la curva de sus labios:
esa línea, inadvertida para el resto
pero indispensable para mí,
que, a modo de baliza roja en el aire
o de cartel que me nombrara,
señala cual es mi sitio,
me hace sentir necesario.
Y mientras él habla de puentes
y de arrojar piedras al agua,
y de los lunares ocultos
de una mujer a la que ha amado,
pienso en las ocas salvajes que ahora
volarán sobre nosotros,
buscando su lugar en el mundo
-más en el calor que en la tierra-,
sin sospechar que si cayesen
abatidas en el viaje
morirían con la paz que cualquiera
desearía para su muerte.
Me siento a la mesa
y miro la sonrisa de mi amigo.
Sé que existe por mí,
porque me encuentro con él,
y que si yo no estuviera a su lado
en este instante sería otro gesto,
otra expresión que nunca sabría,
a lo peor de miedo o de sorpresa,
de seriedad o indiferencia,
quién sabe si una sonrisa distinta
a ésa que se dibuja en su boca
y con la que me reconforto
como en otro tiempo mirando nubes.
Y no envidio a las ocas que vuelan
al cálido sur en invierno
y siempre regresan cuando el frío
llega a donde hoy es verano;
y no recuerdo el barro de mis botas
ni las facturas de mis bolsillos;
y no maldigo las horas perdidas
en taxis y autobuses urbanos
que me impidieron llegar a tiempo
al humo de las sobremesas.
Simplemente guardo silencio
y contemplo la curva de sus labios:
esa línea, inadvertida para el resto
pero indispensable para mí,
que, a modo de baliza roja en el aire
o de cartel que me nombrara,
señala cual es mi sitio,
me hace sentir necesario.
Y mientras él habla de puentes
y de arrojar piedras al agua,
y de los lunares ocultos
de una mujer a la que ha amado,
pienso en las ocas salvajes que ahora
volarán sobre nosotros,
buscando su lugar en el mundo
-más en el calor que en la tierra-,
sin sospechar que si cayesen
abatidas en el viaje
morirían con la paz que cualquiera
desearía para su muerte.
1 comentario:
Sin estar lo suficientemente inspirada y al haber llegado aquí por una simple coincidencia, quisiera de todas maneras dejar por escrito, que admiro tu estilo y me recuerdas a mario benedetti. Buen trabajo.
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