martes, 27 de julio de 2010

LA CIUDAD SIN MAR


Dejaste caer tu ropa al suelo como si el suelo fuera la civilización que te aniquila. Como si la civilización que te aniquila fuera una enorme boa constrictor y tú, fuerte en el silencio del cuarto, una encantadora de serpientes inmune a la presión de sus anillos. Hundiste tranquila la cabeza en la almohada, y ya no importó que la habitación que te acogía con las cortinas cerradas a la tarde estuviera rodeada de autopistas. Cómo te envidiaron las paredes porque tendida en el frescor de las sábanas, jugando a dibujar con las manos sombras chinescas en el techo, olvidaste, bajo tu ropa, el olor a muerto que tienen las flores de Wall Street.

La ciudad sin mar (1988)

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