lunes, 9 de junio de 2008

CABOS SUELTOS

(foto:Daniel Monzón)


EN EL ROMPEOLAS


El paseante se detiene
y sigue el vuelo de un avión.

Esta mañana se siente en forma
y nota la mente despejada.
Tiene esa impresión que le alcanza
con menos frecuencia de lo que desearía
de que cada cosa, física o no,
se encuentra en su sitio.
Es por eso quizá que le enternece
la imagen del diminuto artefacto,
salpicando de destellos intermitentes
el azul intenso del domingo.

Se dirige hacia el Este y, en unos minutos,
su fuselaje sobrevolará el mar.
Puede que a algún pasajero triste
que se debate entre secas olas
la figura del aparato en el agua
le parezca una burla del destino,
pero seguro que otros viajeros,
con la nariz pegada a la ventanilla,
miran hacia abajo y esperan
descubrir la belleza de su sombra.

Es cierto que mientras el avión avanza
alguien sucumbe en algún océano,
pero también que él es como un actor
al que después de cientos de papeles anodinos
otorgan una preciosa escena
que no puede desaprovechar.
Un hombre al que el azar ha situado
en el rompeolas de un momento
para que admire la tempestad
que tantas veces le arrastra.

Sólo es cuestión de tiempo
encontrarse al otro lado,
que un pequeño diente del engranaje se rompa
y la armonía se haga añicos.
Mas el hombre no piensa en ello;
mira al cielo y no lo piensa.
Ensimismado, sigue el curso del avión
y se deja llevar por la bonanza
antes de que llegue la lluvia
que emocionará a otro.

Con delicadeza,
como si temiera desviarlo de su rumbo,
coloca la yema de su índice debajo
y lo acompasa a su movimiento.

Es cierto que hoy, en algún lado,
alguien aborrece este cielo.

Tal y como les sucede a los niños
con el espejismo de la magia,
el paseante se conmueve con el truco
del avión sobre su dedo.

2 comentarios:

Carmen Meca dijo...

¿Lo acompañamos simplemente en su trayectoria o la estamos modificando? Imaginemos que
el avión huye de nuestro dedo : se encontrará de cara con el sol, que viaja en sentido contrario.
A veces con nuestro apoyo empujamos la realidad hacia las más violentas colisiones.Sólo es cuestión de elegir buenos blancos :aquellas injusticias que deban quedarse sin retorno posible.

Rafael Camarasa dijo...

Es cierto. Hay que dejar que la vida fluya, sin intervenir en ella más que lo necesario. Y lo necesario pasa por las más flagrantes injusticias, que es donde debemos intervenir y casi nunca lo hacemos. Mientras tu y yo hablamos, alguien está sufriendo. La misma lluvia que a veces nos parece hermosa, es triste para otros. No hay que olvidarlo, mas con esa conciencia hay que aprovechar este momento que pasa en un suspiro. Quizá mañana no podamos hacerlo.Son tan efímeros los momentos en que el sol nos da en la cara.