miércoles, 26 de noviembre de 2008

LA CIUDAD SIN MAR (1)



OCEANÍA

Cuentas las manchas de la luna y recuerdas esa noche. En un bar, bebimos vino portugués hasta que nos dolieron los labios. Una virgen piadosa, dibujada sobre la etiqueta, vigilaba tus ojos más místicos que los suyos. Cada vez que brindábamos y bebíamos de su sangre, también bebíamos el saxofón sin brillo del hombre que tocaba en la calle, y que se reflejaba en los vasos. Por eso no nos sorprendimos cuando, borrachos ante el cristal de aquella agencia de viajes, lloramos con desgarrada voz de saxo, al pensar que en Sydney los canguros saltaban felices y nosotros no estábamos con ellos.

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