sábado, 30 de octubre de 2010

OJOS



-Señorita, quiero que me tome declaración -dijo.

-¿Una denuncia? -le pregunté.

-Llamémoslo así.

Manipulando el ratón del ordenador, moví el cursor por la pantalla y entré en el programa correspondiente. Sentado frente a mí, el tipo me clavaba sus dardos color cielo con un leve aire burlón. Le aguanté un momento la mirada y pronto supe que no me había reconocido. Comprendí que miraría del mismo modo a cualquiera que estuviera en mi lugar. Seguía siendo guapo, más viejo y más canoso, pero todavía guapo. A lo largo de los años, a modo de pasatiempo, había encontrado utilidad a aquellos ojos azules que se prendieron a mi memoria y que, de vez en cuando, brillaban como baratijas. En momentos de tedio o espera, jugaba a imaginar qué hubiera pasado si en esa fiesta del instituto él se hubiera fijado en mí. Cómo habría cambiado mi vida de haberme pedido el número de teléfono o invitado aquella tarde a tomar un café. ¿Nos habríamos enamorado o sólo seríamos amigos? ¿Tendríamos hijos de iris azules, o todo hubiera acabado a la primera cita?

-Usted dirá -le dije al fin, rendida de nuevo a sus ojos.

-He golpeado a mi mujer, señorita, y creo que la he matado.

Nerviosa tomé el teléfono y llamé al inspector de guardia.

-Era una hija de puta -se justificó-. Una verdadera hija de la gran puta.

FEOS (Editoial Denes, 2009)

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