lunes, 29 de noviembre de 2010
miércoles, 24 de noviembre de 2010
FLORES RARAS
viernes, 5 de noviembre de 2010
CHAPEAU!

sábado, 30 de octubre de 2010
OJOS

-¿Una denuncia? -le pregunté.
-Llamémoslo así.
Manipulando el ratón del ordenador, moví el cursor por la pantalla y entré en el programa correspondiente. Sentado frente a mí, el tipo me clavaba sus dardos color cielo con un leve aire burlón. Le aguanté un momento la mirada y pronto supe que no me había reconocido. Comprendí que miraría del mismo modo a cualquiera que estuviera en mi lugar. Seguía siendo guapo, más viejo y más canoso, pero todavía guapo. A lo largo de los años, a modo de pasatiempo, había encontrado utilidad a aquellos ojos azules que se prendieron a mi memoria y que, de vez en cuando, brillaban como baratijas. En momentos de tedio o espera, jugaba a imaginar qué hubiera pasado si en esa fiesta del instituto él se hubiera fijado en mí. Cómo habría cambiado mi vida de haberme pedido el número de teléfono o invitado aquella tarde a tomar un café. ¿Nos habríamos enamorado o sólo seríamos amigos? ¿Tendríamos hijos de iris azules, o todo hubiera acabado a la primera cita?
-Usted dirá -le dije al fin, rendida de nuevo a sus ojos.
-He golpeado a mi mujer, señorita, y creo que la he matado.
Nerviosa tomé el teléfono y llamé al inspector de guardia.
-Era una hija de puta -se justificó-. Una verdadera hija de la gran puta.lunes, 25 de octubre de 2010
LA CARTA

He llegado a Finisterre para olvidar el tiempo de las preguntas,
ése en el que hubiera indagado sobre las mareas,
sobre el particular azul de estas aguas,
y sólo aspiro a ser atravesado por una galerna sin nombre
que suene al rozar a su paso el borde de mis costillas.
Puede que alguno de estos días me asome al vértigo de un acantilado
y, como un científico o un turista, curiosee en sus profundidades,
pero hoy soy un ignorante en las rocas al que no importa el porqué del aire;
una especie de niño a la inversa, más cerca del fin que del principio.
En el punto más occidental de Europa he armado de corazón mi cerebro
y me convierto en un umbral que separa lo incomprensible de dos océanos:
a un lado el intenso Atlántico, al otro el mar que me conforma,
y juro que no daré ni un paso para entender sus tempestades.
Sólo quiero escuchar el simple rugido del agua al romperse
y contar a quien me pregunte que, a pesar del abrigo que llevo,
escucho su idioma desnudo, envuelto en la niebla y la lluvia.
Ya no es momento de preguntas, he cruzado un meridiano;
alcancé el fin de la tierra y un continente queda a mi espalda.
La luz pasa a través de mí, ahora, como por el ojo de una aguja.
Y, a medida que avanza esta línea que leerás dentro de unos días,
pienso que la felicidad es una mujer que recoge conchas en la playa,
fascinada por colores y formas para los que no busca motivos.