Fernando Garcín acaba de publicar un libro titulado EL CANTANTE MUDO Si las casas son de alguien (Relatos y calcomanías), en la colección Noches de Alicia. La publicación, artesanal e impecable como siempre, corre a cargo de Jesús Zomeño, escritor y editor de Elche, que además ilustra con su bellos dibujos el libro. Como anécdota diré que Alicia es una de sus hijas. La otra, Helena, da nombre a la colección de poesía que dirige, Diarios de Helena.
Se me da mal opinar sobre libros, explicar por qué me gustan o no. Y no lo voy a hacer aquí. Por supuesto, este me encanta, pero no soy Sánchez Dragó para desmenuzar estilísticamente sus textos. Sólo diré que cuando lo he leído (son breves textos en prosa que terminan con unos pequeños poemas, a los que no se les puede definir mejor, calcomanías), he pensado en dos libros míticos que adoro como son Peter Pan o Alicia en el País de las Maravillas. Comparte con ellos, al menos a mí me lo parece, ese aroma poético que desprende la buena prosa y sobre todo, dos niveles de lectura. Como ellos, y esto no sé si lo habrá pensado el propio Fernando, puede ser leído por niños y por adultos. Cualquier niño con cierta sensibilidad disfrutará con las historias del Cantante Mudo, la bailarina Morfina y el raro Ismael. Cualquier adulto con dos dedos de frente se dará cuenta del peso que hay en cada uno de sus textos, que tienen un aroma de subversión. Hay libros que no podrían ser leídos por niños. Hay otros que no pueden ser leídos con los ojos de un adulto. Hay libros que pueden leer todos, aunque cada uno lo haga en distinto piso de la casa. Este es uno de ellos.
Quien quiera adquirirlo, no tiene más que entrar en el blog de Fernando Garcín, La segunda lluvia, cuyo link tienes ahí, a la izquierda, en el margen. Aquí os cuelgo un texto, con permiso de Fernando, y la portada con una de las ilustraciones de Jesús Zomeño.
EL PASO DE CEBRA
Iba el Cantante Mudo a cruzar la calle de regreso a casa siguiendo las líneas del paso de cebra, cuando entre la línea blanca número dos y la línea blanca número tres, se quedó parado en seco -aunque lloviera- pues en ese momento le vino una ligera voz a los labios, un sonido apenas perceptible, el ligero anticipo de una canción sin forma, etérea y no estérea; sucedió en ese mismo instante que el raro Ismael llegaba a toda velocidad a lomos de su motocicleta e hizo sonar su bocina cuando vio al Cantante Mudo en medio de la calzada mirando sus zapatos, y al ver que no conseguía que se apartara, y cuando ya estaba a unos metros de él, le gritó airado; el Cantante Mudo sintió una ráfaga de viento, humanidad, metal y humo que alaba la falda de su gabardina y los bajos de su pantalón, y una voz que gritaba "la próxima vez acierto" y un poco después gritaba "la curva, la curva..."; terminó el Cantante Mudo de cruzar la calle; apenas recordaba el hilo de voz que había emitido durante el paso de cebra -entre la raya número dos y la raya número tres- y se dijo que las canciones son motocicletas que pasan rozando gabardinas, al tiempo que buscaba con las manos en unos bolsillos y otros de su gabardina las llaves de casa -qué hermoso es llegar a casa cuando se tiene casa-... Aquella noche el Cantante Mudo cenó solo; la bailarina morfina dejó una nota clavada con una chincheta en el sombrero hongo que el Cantante Mudo usaba para bailar swing, la nota decía "volveré tarde, más tarde aún si tú llegas pronto". En cuanto al raro Ismael no le visitó aquella noche. Dicen que de madrugada dejó de llover. Pero él no podía recordar que el sonido de la lluvia se detuviera. Era como intentar recordar el sonido detenido de aquella canción de paso de cebra. Efectivamente, la bailarina morfina llegó tarde. Las gotitas de agua y canción en el suelo de la casa ya se habían secado...
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